Desengancharme de la ingente dosis de café a la que me había acostumbrado en Boiro me ha costado tres días de somnolencia y algún dolor de cabeza que he logrado mantener a raya a base de aspirina, cuyos efectos perversos en el estómago he tenido que prevenir a base de omeprazol.
Afortunadamente, de la efímera afición al ron me desenganché de golpe con la cogorza de lobo de mar que nos pillamos una inmensa mayoría, y que a mí me sentó especialmente mal. Pero si la resaca fue especialmente dura, no lo fue tanto como ser consciente de que ésta me llevó a decir más tonterías, y más gordas, de lo habitual, que ya es excesivo.
A lo que no puedo ni quiero desengancharme es a las emociones fuertes que he vivido en estos días, ni a las amistades que quiero creer que se han empezado a forjar.