Aviso cookies

martes, 31 de julio de 2012

Tren nocturno


Apoyé los codos en la ventanilla del viejo vagón. Amanecía y el tren nocturno continuaba con calma su camino hacia el sur. Las primeras luces empezaron a dibujar la silueta de los olivares y los pueblos, que dentro de unas horas mancharían de blanco las abruptas faldas de la sierra. Yo respiraba aquel aire y aquel paisaje tan impreso en mi imaginario como desconocido.
Se abrió la puerta corredera de uno de los compartimentos y apareció una chica de pelo claro y revuelto, en camiseta y descalza. Desvié la vista con falso pudor y, al pasar a mi altura, esbozó un buenos días que se quedó atascado en sus adormecidas cuerdas vocales. La respondí con un tono más alto, perdiendo sin querer la discreción que pretendía. Cuando me dio la espalda observé de reojo cómo atravesaba el tramo de pasillo que le separaba del lavabo. Se encerró y yo fingí volver a sumergirme en la contemplación del paisaje, aunque en realidad estaba esperando a que la chica saliese de nuevo. Tardó bastante, y en aquel intervalo me fui perdiendo un buen jirón de amanecer.
Cuando volvió a abrirse la puerta del lavabo, había otras dos chicas esperando y el sol ya me iluminaba el rostro. Esta vez la miré francamente a los ojos. Ella, la cara lavada y el pelo rubio casi blanco recién cepillado, me sonrió y, cuando nos cruzamos, me rozó con los senos, y entonces mi cuerpo se decidió a seguirla como antes lo había hecho mi mirada.