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miércoles, 17 de mayo de 2006

Mil novecientos setenta y tantos



Me encanta esta foto. Estamos en casa de mi abuela, seguramente un domingo. La casa de mi abuela era el refugio ideal, el lugar adonde de niño, quería llegar. Allí soñaba y me sentía protegido en mis sueños. Subir a ese tercero sin ascensor, balancearme en la mecedora del balcón repleto de geranios era la expresión de la felicidad. En todos mis sueños de felicidad hay una mecedora y huele a geranio.

En mi muñeca izquierda cuelga mi primer reloj, marca Orient, que, como era sumergible y automático, no me quité en muchos años, dormía y me bañaba con él, su, considerable, peso me daba seguridad, le venció el destrozo a golpes al que le sometí.

En esa foto el flequillo me sienta bien. Mi padre se empeñaba en peinarme hacia atrás, pero era invencible. No me libré de él hasta segundo de carrera.