
Tras la euforia del día menos uno, la angustia del primer día, y la confusión de los siguientes. Me encuentro en la etapa de ¿seré capaz de memorizar esta sarta de banalidades tramposas?
Lo cierto es que mi capacidad de concentración aumenta poco a poco, pero demasiado lentamente. Me siento como un peón frente a una montaña en la que debe horadar un túnel. Los primeros golpes de pico parecen inútiles, y cunde el desánimo cuando la arena acumulada encima durante miles de años viene a colmar el trabajo hecho. Supongo que, cuando lleve unos metros, y me interne en la oscuridad absoluta, la sensación será distinta.