Cuando me siento derrotado, realmente derrotado, me imagino a mi madre en la estación del Norte con un cartel con mi nombre, aunque ahora a la estación del Norte ya no lleguen trenes.
Estoy viendo, a tragos cortos, Shoah, y tengo la desagradable impresión de que nadie pagó -lo suficiente- por aquel crimen.
Al final, los culpables nunca pagan. Ahí está la muerte, para liberarlos.
Uno de los grandes crímenes de la pena de muerte es el liberar culpables. El otro es matar inocentes.