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jueves, 25 de mayo de 2006

Bajo un vencedor siempre hay un vencido

Cuando pienso en un ejército derrotado, siempre pienso en aquellas estaciones de tren en Alemania, llenas de mujeres con carteles de sus maridos e hijos desaparecidos.

Cuando me siento derrotado, realmente derrotado, me imagino a mi madre en la estación del Norte con un cartel con mi nombre, aunque ahora a la estación del Norte ya no lleguen trenes.

Estoy viendo, a tragos cortos, Shoah, y tengo la desagradable impresión de que nadie pagó -lo suficiente- por aquel crimen.



Al final, los culpables nunca pagan. Ahí está la muerte, para liberarlos.

Uno de los grandes crímenes de la pena de muerte es el liberar culpables. El otro es matar inocentes.

martes, 23 de mayo de 2006

Encuesta sobre parecidos razonables

Jean-Pierre dice que, efectivamente, tengo la mirada de (el actor que interpretaba a) Sandokán. Con quien me siento más identificado (¿por lo de actor de fugaz éxito?) que con el que propone Mary:



No es que no me sienta alagado, es que no me siento identificado, ya lo he dicho. Bueno, está bien, lo de oficial confederado no me disgusta. La Confederación siempre me pareció simpática (y la esclavitud siempre me pareció una falsa excusa). Eso sí, no vi ni cinco minutos de "Norte y Sur", ni de "Ghost", pero, incomprensiblemente, no sólo vi "Dirty Dancing" sino que la recuerdo muy bien.

domingo, 21 de mayo de 2006

So long, Lucía

Abandono Beatriz y los cuerpos celestes en la página cincuenta, lo que significa que he soportado cuarenta y una páginas de una pastosa sensación de déjà lu.

La curiosidad me lleva a Mendoza:

Cuando sus piernas (bien torneadas y tal y cual) entraron en mi local de trabajo, yo ya llevaba varios años hecho un merluzo.


Buen comienzo.

Vocación familiar



Sólo me queda formular el deseo imposible de cualquier padre: que tenga siempre el viento a favor.

sábado, 20 de mayo de 2006

Diez libros

El otro día, en la fiesta del quinto aniversario de Booket (en la que pudimos comprobar que hay quien sabe ganar dinero vendiendo libros sin llorar constantemente) nos regalaron un paquete de 10 libros, que supuestamente habían sido elegido por los lectores como los diez fundamentales de tan inmensa colección. Hoy me he enfrentado a ellos por primera vez:

1984, de Orwell. Lo leí allá por 1985.

El perfume, de Süskind. Poco más tarde.

Los renglones torcidos de Dios, de Luca de Tena. Me da pereza.

El peregrino de Compostela, de Coelho. Lo he intentado, pero me ha pasado como con el resto de sus libros que he abierto, imposible pasar de la primera página.

El hobbit, de Tolkien. No pude tragarlo con dieciocho, ni me lo planteo a los 39,9.

Beatriz y los cuerpos celestes, de Etxebarría. He empezado a leerlo, no está mal, pero tiene un regusto a pasado de moda, a cosa vieja sin valor.

El hereje, de Delibes. Delibes siempre merece una oportunidad.

La aventura del tocador de señoras, de Mendoza. Casi lo mismo que Delibes.

Se quedan para la repesca El origen perdido, de Asensi y Donde el corazón te lleve, de Tamaro, por simple ignorancia.

Eso es todo, me voy a ver cómo se las arregla la Etxebarría. Curiosidad morbosa.

El tigre de Malasia



Por fin alguien me ha encontrado un parecido razonable, porque la verdad es que era algo envidiable lo de estos dos:




Sí, bueno, vosotros seréis grandes estrellas inmortales de la historia del séptimo arte. Pero yo soy lo que siempre quise ser (pero en otros mares).



"Sandokán es un príncipe de Borneo que ha jurado vengarse de los británicos, quienes lo desposeyeron de su trono y asesinaron a su familia. Por ello se dedica a la piratería, con el sobrenombre de Tigre de Malasia, para lo que cuenta con la fidelidad incondicional de una tripulación compuesta tanto de malayos como de dayakos de Borneo." (Wikipedia)

Temblad imperios del mundo, el Tigre ha vuelto.

viernes, 19 de mayo de 2006

Dos fotos atrás

Mary Strange me dijo ayer que le gustaba mucho mi foto como opositor.

Si ya me lo decía mi madre: estudiando estás más guapo.

miércoles, 17 de mayo de 2006

Mil novecientos setenta y tantos



Me encanta esta foto. Estamos en casa de mi abuela, seguramente un domingo. La casa de mi abuela era el refugio ideal, el lugar adonde de niño, quería llegar. Allí soñaba y me sentía protegido en mis sueños. Subir a ese tercero sin ascensor, balancearme en la mecedora del balcón repleto de geranios era la expresión de la felicidad. En todos mis sueños de felicidad hay una mecedora y huele a geranio.

En mi muñeca izquierda cuelga mi primer reloj, marca Orient, que, como era sumergible y automático, no me quité en muchos años, dormía y me bañaba con él, su, considerable, peso me daba seguridad, le venció el destrozo a golpes al que le sometí.

En esa foto el flequillo me sienta bien. Mi padre se empeñaba en peinarme hacia atrás, pero era invencible. No me libré de él hasta segundo de carrera.

Estado civil: ¿opositor?


Tras la euforia del día menos uno, la angustia del primer día, y la confusión de los siguientes. Me encuentro en la etapa de ¿seré capaz de memorizar esta sarta de banalidades tramposas?

Lo cierto es que mi capacidad de concentración aumenta poco a poco, pero demasiado lentamente. Me siento como un peón frente a una montaña en la que debe horadar un túnel. Los primeros golpes de pico parecen inútiles, y cunde el desánimo cuando la arena acumulada encima durante miles de años viene a colmar el trabajo hecho. Supongo que, cuando lleve unos metros, y me interne en la oscuridad absoluta, la sensación será distinta.