He tenido que encerrarme en mi cuarto y pedirle a Catherine que me dejase escribir un cuarto de hora. Antes no me atrevía a hacerlo porque me sentía culpable: en realidad no conseguía hacer nada de lo que me proponía.
Ayer hablé con Fernando (o antes de ayer). Tiene alguna idea para crear una editorial, y me ha gustado mucho. Hasta ahora, mi fe en el destino se limitaba a hechos puntuales, a corto plazo, nada que afectase de verdad al curso de la vida. Pero el paralelismo relativo que "sufrimos" Fernando y yo desde que nos conocemos nos ha llevado al convencimiento de que el destino nos une para hacer algo juntos. Su idea es realmente buena, y creo que yo podría aportar mucho a esa empresa (por razones que conocemos perfectamente Fernando y yo, creo que será mejor evitar en todo momento la palabra "proyecto"). Tengo otro convencimiento a este respecto: su éxito dependerá exclusivamente del grado de confianza que ambos pongamos en él, tenemos qeu creer con fuerza en esa empresa, saber que va a ser un éxito. Los dos hemos sufrido en nuestras carnes la mediocridad de otros, estos sí, proyectos. En esa empresa no debe haber sitio para los complejos.
Me gusta esta imposición (autoimposición inducida, para no quitar mérito a Jose) del blog. Me gusta la sensación de estar realmente concentrado en algo que me gusta, como escribía el otro día sobre el programa de la felicidad. Debo extenderla inmediatamente a otras actividades, o a otros escritos.
Bueno, no voy a abusar más de la confianza de Catherine, me voy a ayudarla con Théo. De todos modos, tampoco esa es una tarea desagradable.