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domingo, 29 de enero de 2006

Caminos

Recuerdo un camino de tierra. Yo debía tener cuatro años y era verano, así que estábamos en Cullera. Di unos cuantos pasos. Nada, más camino de tierra. No era uno de esos niños que echan a andar sin mirar atrás, nunca pasé de dar una decena de pasos. Pero mi imaginación se ponía en marcha nada más situarme frente a ese camino. A mí se me antojaba que llevaba hacia cosas maravillosas, mundos fantásticos y aventuras fascinantes.

Siempre me gustaron los senderos abruptos, siempre me sugirieron mundos imaginarios. Y el sendero más abrupto de todos era el mar, el mar de Stevenson y de Verne.

A los diez años quería ser corsario. Pirata honrado, que diría el poeta suicida. Lobito bueno al rescate de brujas hermosas. En fin, que quería ser pirata, decía. Tenía un enorme pistolón con una cabeza de leon en la empuñadura, y con él soñaba abordajes, tormentas y, poco después, hermosas damiselas enamoradas. Años después, Georges Lucas acabó con mi sueño-pesadilla (me angustiaba mucho el vivir con dos o tres siglos de retraso) y abrió ante mí una senda aún más abrupta, la del espacio. Durante años mi única manera de conciliar el sueño era pensar que me rodeaban millones de estrellas, y que estaba perdido entre ellas.

¿Qué quería ser yo a los dieciséis años? Pues sí, ahora lo recuerdo, quería hacer bellas artes ¿cómo lo había olvidado? La única manera que tuve siempre de hacer mis sueños realidad era plasmarlos en el papel, en forma de dibujo. ¿Por qué no escribir? No, nunca lo consideré el medio apropiado. Puedo escribir historias que invento, pero mis sueños, debo dibujarlos.

jueves, 26 de enero de 2006

Décimo día. Sinusitis confirmada

Sinusitis. Ya había oído hablar de ella, pero nunca la había sufrido. ¿Cómo se puede pasar el día, y la noche, pensando que te duele la cabeza? Parece ser que está remitiendo, pero persiste una perturbación en mi sentido del equilibrio, como si a mi cerebro le doliese mirar hacia abajo. En cambio, no pasa mirando hacia arriba. Curioso.

Lo siento, más de lo mismo. Dos pastillas y a la cama.

miércoles, 25 de enero de 2006

Noveno día

Más de lo mismo. Congestión, dolor de cabeza que se extiende hasta la encía superior.

Hoy debería haber empezado la traducción del libro y ni siquiera tenía ganas de llamar a la editora y saber qué plazo me daba.

En lo positivo, parece que empieza a funcionar la videoconferencia con la familia de Catherine. Théo se ha puesto muy contento de ver a su abuela en la pantalla.

Me acuesto.

martes, 24 de enero de 2006

Octavo día

Théo me (nos) ha pegado una bronquitis. La congestión me ha producido una cefalea de campeonato. Así que aquí lo dejo hasta mañana, porque voy a acostarme a esta temprana hora. Espero estar mejor mañana, que tengo que empezar la traducción de una novelita que acaban de encargarme.

lunes, 23 de enero de 2006

séptimo día

¿Cómo se cura la dispersión? ¿Cómo decide uno lo que de verdad quiere hacer entre el amplio abanico de posibilidades atractivas? Y eso sin contar con las múltiples imposiciones. El hecho de escribir este blog me produce una sensación tan agradable como la de la hora de comer. Es una obligación agradable. ¿Cómo convierte uno el resto de su vida en un conjunto de autoimposiciones agradables? ¿Planificando un horario? ¿Haciéndose una lista y tachando lo ya realizado? Reconozco que eso es agradable, aunque entonces, el hecho de realizar la lista debería ser también una autoimposición. ¿Para eso sirven entonces las agendas? Todos los años me hago con una (la de éste me costó 1,15 € y sigue prácticamente virgen.

Debería plantearme como costumbre el poner en práctica las cosas que se me ocurren, inmediatamente. Hoy por ejemplo, se me ha ocurrido un chiste gráfico a propósito de la polémica del general Mena y el estatut de cataluña. Una caja de fruta en la que se leyese: "Bananas Mena. Prohibido separar los racimos".

Ya está, reconozco una mejoría en mi actitud. He utilizado la misma técnica que para este blog. No he corregido nada (y se nota). He preferido hacerlo rápidamente que dejar de hacerlo. Quizás mi lema debería ser: "hazlo, aunque sea mal, luego ya tendrás tiempo de introducir mejoras". Los bocetos son muy importantes en arte.

Tictac tictac. Creo que lo voy a dejar aquí. Voy a hacerme una lista de las cosas que tengo que hacer hoy. Lo haré en mi flamante agenda.

domingo, 22 de enero de 2006

Sexto día

He tenido que encerrarme en mi cuarto y pedirle a Catherine que me dejase escribir un cuarto de hora. Antes no me atrevía a hacerlo porque me sentía culpable: en realidad no conseguía hacer nada de lo que me proponía.

Ayer hablé con Fernando (o antes de ayer). Tiene alguna idea para crear una editorial, y me ha gustado mucho. Hasta ahora, mi fe en el destino se limitaba a hechos puntuales, a corto plazo, nada que afectase de verdad al curso de la vida. Pero el paralelismo relativo que "sufrimos" Fernando y yo desde que nos conocemos nos ha llevado al convencimiento de que el destino nos une para hacer algo juntos. Su idea es realmente buena, y creo que yo podría aportar mucho a esa empresa (por razones que conocemos perfectamente Fernando y yo, creo que será mejor evitar en todo momento la palabra "proyecto"). Tengo otro convencimiento a este respecto: su éxito dependerá exclusivamente del grado de confianza que ambos pongamos en él, tenemos qeu creer con fuerza en esa empresa, saber que va a ser un éxito. Los dos hemos sufrido en nuestras carnes la mediocridad de otros, estos sí, proyectos. En esa empresa no debe haber sitio para los complejos.

Me gusta esta imposición (autoimposición inducida, para no quitar mérito a Jose) del blog. Me gusta la sensación de estar realmente concentrado en algo que me gusta, como escribía el otro día sobre el programa de la felicidad. Debo extenderla inmediatamente a otras actividades, o a otros escritos.

Bueno, no voy a abusar más de la confianza de Catherine, me voy a ayudarla con Théo. De todos modos, tampoco esa es una tarea desagradable.

sábado, 21 de enero de 2006

Quinto día. De medidas y personas

Hoy es sábado, generalmente el fin de semana me afecta mucho en mis tareas cotidianas pero ¿mi compromiso para escribir todos los días hace semana inglesa? En un mundo feliz (en un mundo en el que yo sería feliz) no habría días de la semana, meses, años ni, sobre todo, cambios horarios (me había prometido no releer, pero me han interrumpido y no he podido resistir la tentación de cambiar un "y" por un "ni"). Decía pues, que en mi mundo feliz todo se desarrollaría al ritmo de las estaciones, de esos dos entes fascinantes que son el sol y la luna. Esto parece una contradicción, pues son el sol y la luna los que marcan las semanas y las estaciones, pero lo que más me molesta es la imposición social, la unificación, la "normalización", el tener todos la misma hora, las mismas costumbres, el mismo tipo de ventanas.

Algo que detesto especialmente es el sistema métrico decimal, en contradicción con el resto de los que me rodean. Me parece absurdo y poco práctico, el utilizarlo te obliga a tener a mano siempre instrumentos de medida. Un centímetro no es una medida natural, nunca he sabido medir aproximadamente un centrímetro, ni mucho menos siete u ocho. Lo mismo me pasa con los kilos y con los litros. Por el contrario, considero mucho más práctico, por antropométrico, el sistema que han conservado los anglosajones. Una pulgada es más o menos lo que mide un pulgar, una libra se puede pesar con una mano... Eso sin hablar de un sistema basado en el número diez, terriblemente limitado al ser únicamente divisible por 2 y por 5, cuando lo más útil hubiera sido utilizar un sistema duodecimal, pues el doce puede dividirse por 2, por 3, por 4 y por 6.

Un ejemplo sangrante es el del A4, tamaño de papel basado en el metro cuadrado. Para alguien como yo dedicado a la edición y al diseño, es una proporción fea, alargada y carente de equilibrio. Muy alejada del rectángulo áureo, descubierto por los griegos.

Tenía un profesor que llevaba en su reloj la hora solar. A pesar de lo dicho anteriormente, me fascinan los instrumentos de medida, especialmente el reloj (que utiliza el sistema duodecimal), pero con el triunfo de la informática se están también deshumanizando (otro día escribiré en contra del sistema binario).

viernes, 20 de enero de 2006

Cuarto día

Hoy podría haber sido un día negro, negrísimo, de los de meterse en la cama y no salir en una semana, pero al final ha salido el sol y se ha quedado una mañana preciosa.

jueves, 19 de enero de 2006

Tercer día

Sí, bueno, "Tercer día", pero es que si me pongo a buscar un título original no empiezo nunca.

Es curioso, cuando no puedo hacerlo, se me ocurren un montón de cosas que escribir en este blog, y en cuanto aparece la ventana de entrada mi mente se queda en blanco.

Por ejemplo, había pensado en hacer una lista de cosas que tengo que hacer, algo del estilo:

1. Buscar trabajo.
2. Buscar un trabajo que me guste.
3. Buscar un trabajo que me haga feliz.
4. Hacer la compra, limpiar la casa, pensar qué voy a comer hoy que no sea espaguetis con atún.

Estos cuatro deberes se agrupan en dos: dedicarme a algo que me haga feliz y con lo que pueda contribuir a mantener a mi familia.

Hace tiempo vi un fragmento (siempre sentí no haberlo podido ver entero) de un programa de la televisión francesa dedicado al estudio de la felicidad. Habían descubierto un grupo de circunstancias que podrían definirse como "hacedoras de felicidad". La única que recuerdo, la que más me impresionó, era la de dedicar muchas horas a una tarea que te gustara. Ponía como ejemplo a un joven estudiante de escultura que dedicaba diez horas diarias a esculpir. Aquello se me quedó tan grabado que ni siquiera haciendo un gran esfuerzo podría conseguir recordar las otras circunstancias.

miércoles, 18 de enero de 2006

Segundo día

Me obligo a escribir a pesar de no ser el mejor momento. En media hora tengo que ir a buscar a Théo a la guardería. Si tengo media hora... ¿por qué no es el mejor momento? Porque me agobia, desde siempre, tener el tiempo limitado.

Tictac, tictac. Me cruzo de brazos frente al ordenador. También tengo que escribir a María, en respuesta a su mensaje. Las frases surgen en mi cerebro, pero ni siquiera tengo abierta la ventana de su correo.

Venga, la escribo ya.

martes, 17 de enero de 2006

De nuevo en marcha

Me he comprometido con Jose a escribir un poco cada día en este blog. La promesa, mi compromiso, es hacerlo sin releerlo para corregirlo. Allá vamos.
Se me ocurre empezar por justificar el nombre que le he puesto a este blog: La noche del desierto. Supongo que es una metáfora de lo que pienso que es mi vida: una fría noche en medio de la nada.
Hoy Jose (¿o José?) se ha dado cuenta de algo que yo ignoraba: me es imposible exteriorizar mis emociones. Hasta hoy, no sólo era inconsciente de ello, sino que, hasta donde llegaba mi conciencia, me parecía positivo. Es lógico, vivimos en una sociedad fuertemente influida por lo anglosajón. Admiramos el carácter indolente del "gentleman" inglés, la frialdad con la que James Bond ve morir a sus amantes.
¿Cuándo fue la última vez que dije "ay"? Recuerdo la última vez que lloré, mi padre estaba agonizando, y recuerdo que esas lágrimas me sentaron bien pero... ¿cuándo fue la última vez que demostré amargura, sorpresa, amor? Tengo en la memoria el haberme rebanado un dedo con una lata de atún y no haber soltado un simple ay, si acaso una mueca de fastidio por la molestia de tener que parar la hemorragia.
Y sin embargo, ahí está el dolor. Siempre he sido más sensible al de los demás que al mío propio, extremadamente sensible. No me cuesta nada en absoluto ponerme en la piel de los demás cuando sufren, lo que me inhabilita para la crueldad.
Puedo recordar perfectamente ocasiones en las que he hecho daño a los demás, y su dolor me sigue produciendo un pinchazo en la boca del estómago.
Sí, es mi estómago el que centraliza todas mis emociones. El desamor es un nudo terrible en el estómago; la vergüenza, la rabia, el fracaso... allí se hace físico.