Pasé delante del colegio, apenas un momento, el tiempo que tardo en pasar ante la puerta enrejada.
No era una niña muy pequeña ni muy mayor. O no recuerdo su edad, fue un instante tan fugaz...
Estaba sentada en el suelo, tenía ante sí toda una colección de muñecos minúsculos: figuras, muebles, animales... que brillaban sobre el suelo de cemento.
Hablaba con una gran sonrisa, oí sin escuchar la conversación con sus juguetes, completamente entregada a la historia que inventaba en su compañía.
Aquel diminuto intervalo se me quedó clavado en la memoria en forma de ligera punzada de angustia.
Me alejé temeroso de que la torpeza de otro niño quebrase la frágil pompa de jabón que había construido alrededor de toda aquella multitud atronadora.
A mi espalda oí el timbre que anunciaba la vuelta a clase.