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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Flandes


Hay pocos días de sol en la gran llanura flamenca. Pero cuando el pálido azul vence al pesado gris plomo en el cielo, la luz del sol transforma el paisaje melancólico en una explosión de alegría. Pastos salpicados de vacas y terneros. Espesos maizales en los que susurran las hojas, las cornejas y alguna pareja de amantes. Y una vieja vía de tren en desuso desde hace décadas atraviesa el camino.
A uno le resulta extraño que todavía existan estrechos caminos rurales, apenas anchos para permitir el paso de un único tractor. Carreteras por las que uno puede pasear en bicicleta con el pensamiento puesto en las vacaciones, y la vista en C., que rueda delante, con su vestido ligero azul claro, sus pálidas piernas balanceándose sobre los pedales, sus zapatillas blancas y su cabellera rubia al vuelo, blanca de sol.
Un día C. se hará mayor, vallarán el arenal donde crecen las zarzamoras y al camino rural sólo podrá accederse circulando por una carretera llena de camiones y coches que parecerán llevados hasta allí para agredir a los ciclistas.