Tu memoria da un saltito y te recuerdas esperándola sentado en las
escaleras de la Biblioteca Nacional. Esperándola, no porque llegara
con retraso, sino porque tú, impaciente de estar con ella, llegabas
siempre un cuarto de hora antes. Ella aparecía puntualmente cargada
con su enorme bolso, sus andares germánicos y su aspecto desaliñado.
Con su larga sonrisa, su pelo revuelto y sus enormes ojos azules como
el más hermoso de los azules del Adriático.
… el día antes de vuestro primer beso, apoyados espalda contra
espalda y deslizándoos suavemente hacia abajo hasta tumbaros sobre
la hierba, hasta que vuestras mejillas se rozaron y vuestros labios
se unieron. Lo recuerdas como si hubiese ocurrido esta tarde y tus
ojos te sorprenden empañándose.
Recuerdas un comentario suyo sobre las manos, mientras acariciaba
las tuyas, sobre lo sorprendente que le resultaba que fuesen a la vez
tan fuertes y tan sensibles.
La recuerdas diciéndote “Ich liebe Dich” mientras hacíais el
amor. Y te recuerdas a ti, torpe de ti, queriendo salir de dudas
sobre lo que había querido decir, cuando en realidad lo intuías
perfectamente. Recuerdas no haber sido capaz de dejarle claro que tú
también la amabas.
Recuerdas otras torpezas, torpezas propias de un chaval de quince
años, no de los veinticinco que tenías. Torpezas que la hirieron en
el peor momento, cuando estaba lejos de ti.
Recuerdas la despedida en el aeropuerto, su exceso de equipaje. El
beso rápido de adiós. Los altavoces pidiéndole que se presentase
en la puerta de embarque.
Recuerdas que ni por un momento imaginaste que no volverías a verla.
Tecleas su nombre en el buscador, como tantas veces has hecho durante
estos años. Años sin atreverte a reanudar el contacto, maldito
cobarde, sin osar preguntarle, a ella, que estaba allí, al otro lado
del correo electrónico, qué había sido de su vida, si ella también
recordaba o, por el contrario, había acabado olvidándote, como tú
acabaste olvidando los fuegos que se convirtieron en ceniza sin dar
calor, sin dejar rescoldo. Su recuerdo todavía te quema.
Contemplas una foto reciente de ella, publicada en la web de su
empresa. Constatas que sigue sin darle la real gana domar su pelo,
contemplas la misma luz en su mirada.
Durante muchos años te preguntaste por qué no volvió. Ahora te
preguntas por qué no fuiste tú a buscarla.