Acabas de llegar del “ponga aquí el nombre de su supermercado favorito” y te apetece tomarte una lata de refresco (véase Cerveza) bien fresquita… pero acabas de comprarlas y están más calientes que una novia. ¿Dónde y cómo las enfriamos?
Nuestro primer recurso es el lugar más frío de la casa, el congelador. Así en aproximadamente media hora estará lista para tomar… aunque, como diría Homer: “oooohh… pero yo la quiero ahora!!” ¿Podemos hacer algo? ¿Hay alguna forma de acelerar el proceso? ¿Podemos engañar a la Madre Naturaleza para que trabaje para nosotros? SÍ, PODEMOS.
Si metemos la lata en el congelador tardaríamos entre 20 y 30 minutos, observa si en lugar de meterla sola, la acompañamos de lo siguiente:
Dentro de un recipiente con agua y hielo: 3 - 5 minutos.
Si pones sal en el agua: 2 minutos.
Hice la prueba ayer en la nevera (no tenía espacio en el congelador… se acercan esas fechas en las que todos comemos como si fuésemos ricos): Tazón con agua, sal y dos cubitos de hielo… 5 minutillos… la lata pasó de temperatura ambiente (18º C) a tener hielo flotando.
Esta técnica (la del hielo, el agua y la sal) se suele usar en los hoteles para enfriar y mantener frío el champán (me lo contó El Vitri).
Explicación:
La mezcla baja rápidamente de temperatura sin llegar a congelarse gracias a la sal. Ésta, para disolverse, necesita energía y tendrá que tomarla absorbiendo el “calor” del agua. A la vez, el hielo se derretirá puesto que el contacto con la sal disminuye su temperatura de solidificación… y para perder la estructura sólida también necesita energía por lo que también la tomará del agua enfriándola aún más. Por supuesto, el contacto con el exterior “dificulta” nuestro objetivo… (el aire caliente aporta energía)… pero en una nevera el proceso no tendrá freno. De modo que podéis considerar al congelador como un SuperBoost.
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jueves, 21 de diciembre de 2006
Método para enfriar rápidamente
Tomado de ésta página.
lunes, 11 de diciembre de 2006
Brick
Me decía alguien el otro día que "Brick" le había recordado a "El Halcón Maltés". Sin duda el adolescente Brendan bebe mucho de Sam Spade en este magnífico "polar" ( policiaco parece ser una palabra demasiado larga para ser utilizada en este siglo, y "thriller" es un palabro feísimo) y el final es clavado. De hecho, "Brick" es una película de esas que van recordándote otras durante todo el pase. Podría decir también que Rian Johnson no sólo bebe de Huston; David Linch también está presente, en una versión más austera y discreta. Como la palabra "pastiche" suena despectiva y ésta es una película excelente, diré que me ha parecido una "película aglutinante", un contínuo homenaje a la historia del cine policiaco, realizado de forma magistral.
Otro punto a favor es el "dépaysement" (el problema de saber idiomas es que uno siempre encuentra la palabra justa en la lengua equivocada) el traslado de una historia arquetípica a un escenario extraño. Me parece un recurso sencillo y eficaz, sobre todo si está bien encajado y no se cae, como tantas veces, en el paralelismo torpe, en la parodia involuntaria.
¿He dicho austera? ¿He nombrado a Linch? Menos mal que sigue habiendo gente que demuestra que se pueden hacer grandes cosas con pequeños presupuestos. Apliquémonos el cuento.
jueves, 7 de diciembre de 2006
Máscaras
El ser humano siempre ha querido ser alguien distinto al que era (o al que creía ser). Por eso las máscaras son tan antiguas. Ahora las creemos en desuso, pero no es cierto. Allí siguen, salvo que en vez de taparnos el rostro actúan en lo más profundo. Existen las máscaras químicas, como el alcohol y otras drogas, que actúan sobre nuestro comportamiento inmediato; no nos convierten en otra persona, sino que con ellas actuamos como si lo fuéramos. Existen las máscaras sociales, más largas de construir pero mucho más sólidas; creemos que somos nosotros los que las vestimos y en realidad son los demás los que nos obligan a llevarlas. Existen otras máscaras más profundas, que construimos inconscientemente, y en las que nos vamos encerrando hasta que creemos que ese es nuestro verdadero rostro. Esas son las más difíciles de quitar, pues la mayoría de las veces no sabemos que las llevamos.
Se me ocurre que sería bueno que de vez en cuando vistiéramos una máscara, una buena y vieja máscara de las de antaño: veneciana, africana, de teatro griego o japonés, caricaturesca o elegante. Y saliésemos a la calle siendo otra persona, sin necesidad de alcohol, drogas o convenciones sociales. Así quizás nos libraríamos de la máscara del desorden psicológico.
Se me ocurre que sería bueno que de vez en cuando vistiéramos una máscara, una buena y vieja máscara de las de antaño: veneciana, africana, de teatro griego o japonés, caricaturesca o elegante. Y saliésemos a la calle siendo otra persona, sin necesidad de alcohol, drogas o convenciones sociales. Así quizás nos libraríamos de la máscara del desorden psicológico.
sábado, 2 de diciembre de 2006
Bond, el borde de Bond
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